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El Extraño Caso del Vigilante de Soriana

jueves, 27 de mayo de 2010

El Extraño Caso del Vigilante de Soriana
Por aemeraz
N/A: Para los que visitan de cualquier otro país o de planetas y galaxias aledañas, Soriana es un súper mercado como cualquier otro.


“Era cualquier tarde de miércoles; las nubes danzaban inquietas, como anunciando aquello tan increíble que sucedería a continuación…”

Si se tratara de un cuento, la historia comenzaría así. Sin embargo, no se trata de cuento alguno, ni de una novela… lo que les narro a continuación es real, prueba de la aún existente falta de cultura con respecto a la discapacidad visual y, yéndonos más allá, de todas las discapacidades.

Pues resulta que Abril (mi hermana), Pesca (su novio) y yo (yo), decidimos ir a Soriana, a comprar algunos accesorios para el Centro de Estudios para Invidentes de Durango A.C. (CEID). Entramos sin impedimento alguno, como cualquier cliente que busca un artículo específico y sabe a dónde dirigirse. Anduvimos por la tienda, hasta llegar al departamento que deseábamos. Lo normal: Abril con Pesca, yo con Abril, mi bastón blanco conmigo. Sin dificultades, encontramos lo que buscábamos; lo echamos en el carrito y nos dirigimos hacia la salida.

Cuando estábamos a punto de pagar, recordamos que teníamos qué salir de la tienda y, para no perder nuestra mercancía, dejamos el carrito de compra cerca de la salida. Conseguimos lo que nos faltaba (una quiniela de Progol para el mundial…) y, nuevamente, decidimos entrar a la tienda.

Cuando nadie lo esperaba, cuando todo parecía tan normal como en aquellas ocasiones en que he ido a comprar el pan (no tengo horario específico para ir a comprar el pan…) un vigilante se acercó y dijo:
-¡Permítame! ¡Le voy a poner una cinta!- Nos detuvimos en seco, sin saber exactamente a qué se refería.
-¿A mí?- pregunté, todavía desconcertado. El hombre pareció también nervioso por un momento; no supo cómo dirigirse conmigo y sólo dijo:
-A…. eehm…. A eso…- No supe qué señalaba, pero al instante siguiente, supe que hablaba de mi bastón.
-¿A mi bastón?... pero… pero… ¡Es mi bastón!- dije extrañado. El hombre se puso todavía más nervioso, pero con toda la autoridad que le confiere el puesto de vigilancia, dijo:
-Eh… no le hace, préstemelo.

No supimos si reír, enojarnos, salir corriendo… simplemente esperamos hasta que el hombre terminó de colocarle la cinta de papel que decía “Soriana”.
-¿Y aquí venden de estos?- pregunté, ya sonriendo; la situación me había parecido digna de los años 70’s y, también, por un momento recordé cuando no le permitieron la entrada a Diamond, un perro guía que tuve por algún tiempo. El vigilante no dijo más y se alejó, sin saber qué decir ni qué hacer.
Entramos a la tienda, riéndonos, hasta encontrar lo que habíamos ido a comprar. La tira de papel resbaló hasta el suelo, aunque tuve la precaución de acomodarla de forma que no se saliera. No sé por cuánto tiempo podré conservar la tira de papel en mi bastón; no sé si el vigilante pensó que podría cambiar esa herramienta de desplazamiento por una caña de pescar en el departamento de deportes o si, por fin, comienzan a vender bastones blancos en Soriana Plus. Supongo que a ninguna persona con discapacidad le había sucedido algo parecido (a mi perro no le pusieron una etiqueta en la cola… y a nadie le han puesto una tira de papel en su silla de ruedas, supongo…) y, debo confesar, que a mí tampoco me había pasado algo así, en los diez años que tengo de llevar un bastón en la mano derecha.

Me alegra haber visto esta situación de forma humorística aunque, analizándola, se trata de una grave violación de los derechos humanos, de las leyes y hasta de los códigos internos de la tienda.
Sé que han pasado muchas cosas desde que escribí la última entrada en este espacio, pero en verdad, esta vez fue algo que no creo (y espero que no) se repita por mucho, mucho tiempo.

Saludos y gracias por comentar.
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LOL

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